Por: Javier Huincho Ramírez
La grandeza de un poeta se justifica no solo en la potencia de sus versos, sino en el mensaje que desea brindar. La poeta Elma Murrugarra, en su libro La memoria hila, despliega todo su tejido lírico con el claro interés de comunicar su voz. Y lo consigue con éxito. Ella habla y trasciende con su Premio Copé de Oro, considerado el premio literario más importante del Perú. Lo demás es ilusión. El yo lírico femenino que emplea la poeta trasciende límites y quiebra esa hegemonía masculina dominada por varios lustros. No solo eso. Elma Murrugarra se erige con este poemario premiado como una descendiente de las talentosísimas poetas peruanas, Magda Portal o Blanca Varela y de intelectuales de antaño diestras en el discurso contestatario como Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera o Teresa Gonzáles de Fanning.
Hallamos una voz poderosa que tiene un alto conocimiento del lenguaje. Elma Murrugarra coloca el sustantivo, adjetivo y verbo adecuado en el lugar preciso para darle fuerza a su verso y así otorgarle fluidez a su tejido lírico donde la alegoría, el símbolo, la metáfora, el símil, la aliteración, repetición, así como otras figuras literarias cumplen un rol primordial. La poeta usa todas sus relucientes armas intelectuales labradas no solo en el yunque de su entendimiento, sino en su templo sagrado de donde proceden sus anteriores producciones que muchos estamos obligados a consumir: Juegos (Magdala editora, 2002), La función de las parcas (Fondo Editorial de la USMP, 2004), Al sur en Caral (Proyecto Literal, México, 2006) y Cuentos de Domingo (Pilpinta Editora, 2009). Por eso La memoria hila posee una capacidad de seducción a través de la palabra y genera en cualquier lector el encanto de soñar.
La poeta hace un trabajo de alfarero y se apoya no solo en los epígrafes, un solo verso, de renombrados poetas peruanos que anuncian la temática del poema que encabezan, sino en una filosofía ecológica (fauna y flora ancestral), culinaria y en una variada intertextualidad donde las culturas peruanas serán las protagonistas para expresar su discurso contestatario, iconoclasta y de denuncia social. El yo lírico emplea un abanico de estrategias con gran destreza y la pericia de un experimentado artesano del tejido para emplearlo en las palabras. Es decir, hace un lúdico enroque: palabras - hilo donde cada puntada ayudada por una magnífica aguja lleva una alta carga poética.
Este breve poemario hace mérito a la famosa frase: “Lo bueno viene en frasco pequeño”. Solo son 13 poemas en más de 40 páginas que deslumbran por su fineza al expresar con gran tino un mensaje mediante el arte estético de la palabra. La memoria hila se divide en 6 apartados cuyo eje axial gira en torno a un objeto para hilar: el torzal, el cual en su primera acepción es un cordoncillo delgado de seda hecho de varias hebras torcidas, empleado para coser y bordar. Y en su segunda acepción, es la unión de varias cosas que hacen una hebra, torcidas y dobladas unas con otras. De este objeto y de ambas acepciones se vale la poeta para hilar su tejido lírico. Son 6 torzales.
La memoria hila, inicia en el Torzal de decoración geométrica y presenta su primer poema titulado “El oro”. Bajo una bella prosa poética que tiene como acompañante un verso de César Moro: “De hilo que oscila”, toma a este metal precioso como sustrato no solo de la cultura Chimú y lo que rodea la fastuosidad de un personaje aristocrático de esa cultura, sino también aborda de forma estratégica el saqueo colonial y la exhibición de joyas preincaicas en ultramar para tejer una historia de olvido y ajeno glamour. En el segundo poema titulado “Las piedras” el yo lírico aborda la cultura Chavín bajo la sombra de un verso de Westfhalen: “No hay un hilo para separarlos”. Refiere que en ese choque del agua con la piedra siempre habrá un dominante y un poderoso. En este caso el agua domina, pero el lanzón monolítico de Chavín es poderoso. Lo geométrico de este poema es el lanzón.
La sección Torzal con nudo oculto presenta al tercer poema denominado “El oráculo” que es respaldado por un verso de Jorge Eduardo Eielson con una orden que se cumple por si sola: “Si no se anuda nada no hay nudo”. Este poema alude a la cultura huanca y la entrelaza con el mito de Huarivilca que habla desde su santuario: “Que ata historias / Que mata por venganza / Anudando raíces y ramas”. Es un poema que involucra al reino vegetal y los dioses de cada cultura prehispánica. El cuarto poema titulado “Madre teje” es acompañado por un verso de Gamaliel Churata: “Las nubes se deshilan para leer tu voz”. Aquí el yo lírico emplea con maestría el símil, canta a las mil maravillas y expresa ternura y nobleza ya que tiene a la madre como protagonista de un canto a la naturaleza y a los gentiles.
El Torzal de pares continuos se inicia con el quinto poema que lleva por título “El algodón”. Aquí el yo lírico no solo engalana su bello discurso lírico con la presencia de César Vallejo: “Tejo; de haber hilado, héme tejiendo”, sino que hace cantar al algodón nativo. Ese algodón de variados colores que ha creado los mantos de Chancay, Paracas, Mochica y Huaca Prieta. La poeta se vale de la cardencha, la cual es una planta que saca los pelos de las alfombras, así como también se vale del piruro el cual es un instrumento para hilar y sacar más hilo. Además, emplea el término médico apósito para curar heridas y lo vincula con la gasa en Chancay. El sexto poema se titula “La vicuña” y tiene un verso de Juan Gonzalo Rose: “el hilo fascinante de los rumbos inciertos”. Aquí el yo lírico sintetiza en pocas líneas la historia de la vicuña enfocada en su lana, su alto costo, su antigua cacería y la vanidad por poseerla tanto en Europa como por los Huari.
El Torzal de flecos presenta su séptimo poema titulado “La achira” y es acompañado por un verso de Carlos Germán Belli: “Esta acuática, aérea, y montés cinta”. El yo lírico plantea una filosofía ecológica a través de repetición y unifica la planta. Además, juega con la imagen del jaguar y la flor de la achira entre la mañana y el anochecer. Es evidente el agradecimiento al mundo vegetal. El octavo poema se titula “Los atados” y viene acompañada de un verso de Luis Hernández: “De los días atados en las manos”. El tópico culinario se hace presente en este sorprendente poema ya que se muele en batán huacatay, muña, paico y otros ingredientes. En un segundo la poeta inserta imágenes y lúdicamente saca de cuadro al lector como en este verso: “dos rocotos verdes y reserva tus lágrimas”. En este poema se hace evidente la influencia de Andre Breton y Blanca Varela: Aquí la poeta unifica la emotividad del yo lírico con una faena culinaria. La tristeza y la acción de cocinar.
El noveno poema titulado “Las trenzas” lleva un verso de Carlos Oquendo de Amat: “Los árboles pronto romperán sus amarras”. El yo lírico está recogiendo plantas curativas y de gran carga simbólica para el mundo incaico: la coca, el maíz y la cantuta. Además de forma sagaz visibiliza al proletariado femenino que no solo no deja de trabajar con las manos, sino que aún permanece explotado. Para expresar su denuncia con éxito se vale tanto de la repetición como de la metonimia. El décimo poema se titula “Para volar” y presenta como respaldo al mágico Eguren: “Hiende leda, vaporoso tul”. Este poema además de emplear términos vinculados a la anatomía de los pájaros nos entreteje, con las flores de la lantana, los pormenores del acto de volar para hallar en el espacio aéreo la ansiada libertad. Se resalta la aliteración cuyo uso logra obtener con éxito la musicalidad anhelada.
La sección Torzal de pares alternos nos presenta el antepenúltimo poema titulado “La urdimbre”. Este elegiaco poema viene acompañado de un verso de Enrique Verástegui: “como una dalia recién bordada en la pretina”. El yo lírico sintetiza aquí la guerra interna focalizada a partir de las penurias de un soldado peruano. La poeta resemantiza la tragedia en contrapunto con la funesta fauna y la resignada flora y logra un singular cuadro poético. El penúltimo poema titulado “La trama” lleva como acompañante un verso de Sebastián Salazar Bondy: “y cosía el alba y el ocaso al calor”. En este poema Murrugarra se torna iconoclasta y usa a la ciudad para parodiar a la iglesia desde un día laboral. Por ello, grafica la vida de una joven costurera que trabaja en una fábrica. Lo lúdico se manifiesta al jugar con el catecismo cristiano para insertar una historia femenina de explotación laboral. Es evidente la marca de Simone de Beauvoir en este poema.
La última sección se titula Torzal simple y lleva consigo el último poema titulado “La aguja”. Este poema es acompañado por un verso de Mario Florián: “era una aguja, digo; era una aguja”. Este extenso poema expresa una evidente mirada iconoclasta y anticlerical donde a través de un deliberado paralelo bíblico resaltará la parodia. La aguja tiene 6 carillas: la primera inicia tematizando la comida y en contrapunto con el hilo, pero con un claro telón iconoclasta. El hilo es como una filigrana que urde rutas como el Amazonas. No olvidemos que la filigrana es una obra rellena con hilos finos de metal. En la segunda página aborda la injusticia y el abuso en un clima de violencia en el Perú donde la religión solo tiene espacio para ser parodiada.
En la tercera página juega con la polisemia de la aguja que hilvana y da puntadas. Se evidencia el trabajo estilístico de la poeta al notarse esa densidad semántica y la precisión sintáctica. Además, usa términos clericales para quitarles lo sacro y hacerlos mundanos. Asimismo, critica a la fuerza castrense y toma como hipotexto a la obra de Dante Alighieri para respaldar su denuncia ya que el séptimo círculo del infierno toma un notorio protagonismo. Finalmente rompe con la epistemología cristiana y humaniza a Jesús ante Dios por la terrible realidad peruana. La cuarta página repotencia estratégicamente la prosopopeya y se focaliza en la guerra interna y tiene como punto espacial el departamento de Ayacucho. El yo lírico cuestiona a la academia y vuelve a confrontar las vacas sagradas del cristianismo insensible ante tanta violencia.
En la quinta página hallamos un yo lírico que compara el dolor de los clavos del crucifijo con las letras que lloran la guerra interna. El yo lírico hace un contrapunto con el ojo de la aguja, la muerte y la producción de variedad de papas cultivadas hace mucho tiempo. Finalmente, la sexta página alude al cierre del tejido de oro que pasa por el ojo de la aguja y nos regresa al Perú. Considero que todo el poemario es un itinerario de ida y vuelta por flora, fauna, historia antigua y guerra interna del Perú que cierra con una esperanza. Una esperanza que lleve consigo la construcción de un Perú más justo y libre de impunidad. Una gran poeta ha escrito este hermoso poemario y los lectores están invitados a leerlo.
Lima, julio 2024.
(El libro La memoria hila fue leído en la Biblioteca Virtual de Petroperú).
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