Por María Clara González

En los poemas de La función de las parcas, esa rutina de los pasos que tanto nos pesa en la inmediatez de la vida, duele más. Las palabras peinadas por el viento van dejando caer su huella en lo más hondo y ahí permanecen, en un verso libre y condensado. La luna, insomne hechicera, las vigila en un cuarto creciente atemporal y eterno. Quizás la función de las parcas no sea más que esa otra forma para empezar de nuevo.
La función de las parcas contiene las palabras precisas, limpias y condensadas. Logra rescatarnos del tiempo (función de la verdadera poesía, si es que acaso la poesía tiene alguna función), para experimentar una semana de cuatro horas, o de menos.
Al atravesar el umbral de La función de las parcas también bordé y desbordé mi alma, en la costumbre de otros pasos. Me dejé llevar por su caudal y de repente no tuve más remedio que escribir estas palabras. Y mientras el mar copula con la arena, yo me sumerjo en ella, en ese encuentro imprescindible.
Medellín, 14 de mayo de 2004